Lolita tiene dueña

El hombre me entregó un papel doblado en cuatro: “Sandra: 314-852-68-67”

-¿Quién lo manda?- le pregunté.

-La patrona.

-Y ¿qué le dijo?

-Que usted la llamara.

-Pero estas cosas no se arreglan por teléfono. Pensé que ella vendría personalmente a recogerla.

-Yo cumplí con encontrarla. Ustedes, que son las señoras, se ponen de acuerdo.

Y se fue. Así había llegado el día anterior: cruzó la portada y como husmeando un rastro, cuando la vio, me dijo a quemarropa: “Esa es la perrita de la señora”. Desde ese momento se nos cayó el alma. Ya no esperábamos que una noticia así, nos obligara a perderla.

 

-¿Qué más quería ese tipo?- me preguntó Daniel.

-Que llame a la dueña- le dije derrumbada.

-¿Por qué mamá?

-Porque así es la vida.

-¡Pero esa señora ni siquiera vino a recogerla!… – hizo una mueca de desconcierto.

Lolita, como una ráfaga, saltó sobre mis piernas llenándome de besos. Ella me lamía y yo intentaba despedirme bajándola al suelo: “Adiós mi niña linda”.

Más tarde tomé el teléfono. Con cada número, el corazón me palpitaba más atropelladamente.

-¿Aló?- respondió una voz joven.

-¿Sandra?

-No, soy una prima. Ella está cabalgando. ¿Quién habla?

-Una vecina de la finca.

-¿De aquí?- preguntó extrañada.

-Del Carmen- y tanteé- ¿Por qué lo pregunta? ¿En qué finca están?

-En la de Yolombó.

-Ah… bueno, muchas gracias.

Corté la llamada y dije subrayando cada sílaba: “la señora Sandra está cabalgando en Yolombó”.

-Entonces, ¿no se la van a llevar?- me preguntó Daniel.

-No te hagas ilusiones, recuerda que ella es la dueña.

-¡Pero después de dos meses, mamá! ¡Si la quiere tanto, por qué no vino a recogerla!

-Entiende, Lolita tenía una dueña antes de nosotros.

-¡Boba! Aparece esa señora y tú la entregas. ¡¿Ya no la quieres?!

-Claro que sí, tú sabes… desde que llegó me tiene enamorada.

Apagué el celular aplazando lo inevitable, distrayéndome con las cosas de la finca. La niña corría de arriba a abajo. Jugaba persiguiendo las ardillas y recogía limones para que Daniel se los lanzara. “Adiós, mi Lolita hermosa” le decía al cargarla.

 

El domingo finalmente prendí el teléfono y sonó.

-Hola, habla Sandra, la dueña de la perrita. Usted me llamó ayer, ¿verdad?

-Hola- le contesté derrotada.

-¡Qué bueno que hablamos! ¡Estoy feliz! Ya voy a mandar al mayordomo a recogerla.

-Pero ¿cómo así? Las cosas no son tan sencillas.

-¿A qué se refiere?

-A que yo esperaba que pudiéramos hablar aquí, en persona.

-De qué más quiere que hablemos, si yo soy la dueña- afirma contundente.

-Lolita llegó el 27 de diciembre…

-¿Quién?

-Lolita. Yo la bauticé Lolita.

-Es Greta.

-Lolita entró por la portada voleando la cola. Tenía hambre y le di de comer. Era evidente que estaba perdida así que la monté al carro y, antes de que oscureciera, nos fuimos de finca en finca preguntando por los dueños.

-Pero a mi finca no fue…

-Nadie la conocía, nadie sabía de quién era. Esa noche le preparé una caja con una cobija y al otro día volví a salir con ella para mostrarla en el almacén agrícola y en la veterinaria. Le compré el cuido…

-Pero es mi…

-Llamé a las fincas, hablé con los mayordomos. Hice todo por encontrar a los dueños, pero pasaron los días sin que nadie preguntara por ella y la niña pedía un nombre y comida y caricias…

-Lo que pasa es que a mi finca se llega por la otra carretera.

-Sí, pero la niña no conoce límites y llegó por la portada…

-Ya me lo dijo, pero usted por qué…

-Porque, ¡nada!. Usted debió haberla buscado. ¿No ha visto los avisos en los postes, cuando un perro se pierde? Foto, recompensa, número telefónico…

-Es que por esos días me fui de viaje…

-¡Y creyó que la dejaba en la guardería!

-¡No, yo creí que me la habían robado! Greta no es una chanda cualquiera, es de raza. Usted no entiende. Es una genuina Parson Russell Terrier. Tengo todos los papeles que certifican que tiene pedigrí- acentuó la í para continuar sacando pergaminos-, ella es pura, es hija de un campeón de…

-¡Qué importa de quién es hija!- interrumpí- si yo no la acojo, ahora estaría quién sabe dónde, quién sabe cómo…

-Pero de todos modos yo soy la dueña- me cerró.

-Pero yo la adopté- apelé.

-Pero es mía- ratificó.

 

-Señora, yo la adopté y la hice operar.

 

Silencio.

-Era una Parson Russell Terrier.

Su voz se fue apagando y el silencio alargó más la distancia.

-Es Lolita. Si la quiere, venga usted por ella.

Y temblando, cerré el celular.

 

-¿Qué pasó mamá?

-¡Qué nos salvamos por un pedigrí!

-¡Bien!- celebró Daniel con aplausos. Él estaba contento conmigo y yo con todo. Ese día me sentí una heroína ganándole a esa bruja.

*****

Con abril volvieron las lluvias. La tranquilidad terminó de instalarse al ver que la tierra se refrescaba. Los jacintos poblaron la manga y Lolita cosechó con Daniel, los primeros aguacates. Todo era solaz hasta que un domingo se nos evaporó la dicha. Esa tarde, al regreso de una invitación, ya no estaba la nube de perros que por esos días rondaba la portada y al entrar, ella, que ya conocía el ruido del motor y que siempre nos esperaba jubilosa, tampoco estaba. Más adelante, la vecina nos hizo señas. Daniel me miró presintiendo una desdicha.

-¿Qué pasó?

-Vinieron y se llevaron a la perrita.

-¿¡Qué!?

-Sí, tal cual, vino una señora con un tipo en un carro, y la perrita, que es tan simpática, corrió a saludar y entonces le echaron mano.

-¿Cómo…?

-¡Qué gente más grosera!  Cuando les pregunte qué querían, me gritaron que la perrita ya tenía dueña. “¡Venimos a recoger lo que me pertenece!”…también dijo que ella no tenía que pedirle permiso a nadie para reclamar sus cosas. Y que muchas gracias por cuidarla.

-Bruja malparida.

La ira me amargó la boca y cada poro del cuerpo. Temblaba. No podía creer que después de tres meses y medio, volviera esa mujer y se llevara a nuestra Lolita.

-¿¡Vas a dejar que nos la quiten!? ¡Después de tanto tiempo!- me fustigó Daniel.

-¡Ella sigue siendo la dueña!- le respondí acorralada.

-¡Eres una gallina!- y de un portazo se encerró en su cuarto.

Tomé el celular y llamé a un amigo. Él me dijo que no tenía derecho a reclamar la propiedad. Me aconsejó que no buscara problemas. Desesperada, saqué de un cajón lo único que tenía de esa mujer: su número. La llamé una y otra vez hasta que rendida le dejé un mensaje, protestando. Esa noche, mientras paseaba mi impotencia, Daniel repartía patadas en la puerta y lloré. Lolita ya no estaba con nosotros y ni siquiera la pude despedir.

*****

Han pasado casi dos años y de vez en cuando a Daniel se le escapa: “Era tan bonita…”. Yo lo miro y pienso que la vida lo está haciendo un hombrecito. Ya no me reclama. Todos los regalos de cumpleaños, navidad y colegio han ido llenando su alcancía.

-Ahora sí, vamos a ver los cachorritos- lo invito con el periódico en la mano.

-¡Pero que sean como Lolita!- me dice entusiasmado.

Busco entre los avisos clasificados: “Parson Russell Terrier”.

-¡Bien! ¿Teléfono?

-No hijo, están muy costosos, piden mucho.

-No importa, ¿cuál es el teléfono mamá? Dime, que ya estoy grande y yo lo marco…

-314-852-68-67

 

Ana María Cadavid