Viento lunar
—Hoy, el hombre, por primera vez, pisará la Luna— dice Tatín blanqueando los ojos. Así decía el padre en mi primera comunión: “Dios vino a la tierra y se hizo hombre”.
Me siento en el suelo. La revista Life está en la mesa. Mi papá no deja que la recortemos. Se pone furioso si la rayamos. Las hojas son grandes, llenas de fotos, con mujeres muy bonitas, de pelo largo, suave, y señores peinados con gomina. Los astronautas están ahí con sus trajes espaciales. Llevan el casco en la mano y tienen los ojos azules. Yo nunca he tenido el pelo largo. Me lo cortan cada vez que me llega a los hombros porque, como dice mi mamá, con ese pelero me veo horrible. Para la primera comunión, ella me peinó con rulos y los guantes que me pusieron son de cuando ella era joven. Me quedaban grandes. Enormes. Yo estaba furiosa con ese peinado de señora, pero mi mamá estaba feliz echándome laca para que el viento no me despeinara. Y todos decían que cada vez me parecía más a ella. Cuando me miraba en el espejo me quería arrancar la cabeza. Odio ese olor a laca. ¡Gas!
—¡Cuidado se enreda en el televisor!— Tatín nos regaña… En la confesión, en el colegio, tuve que inventar muchos pecados y, de último, dije que era mentirosa… Y llegar con esa rabia al Seminario Mayor, a esa iglesia que parece una luna estrellada, como si se hubiera caído del cielo destartalándose en plena montaña, fue horrible. Mi papa me dijo que dejara la mala cara en el carro y mi mamá que no estirara trompa.
—¡Ya casi es la hora!— Tatín grita… Yo era la primera en la fila porque no tenía ocho años. Y tenía que entrar en esa luna, con esos guantes enormes, con esos zapatos de charol apretados, con ese cirio en llamas, con ese pelo enlacado. Con mi “hermoso” peinado de bomba. ¡Gas!
Tatín enciende el televisor.
—¡Sentadosss!— le silba la caja de dientes en todas las eses. Mi papá lo invitó a vivir en la casa porque se había peleado con la tía Nena, que es su verdadera casa. Y llegó el día de mi primera comunión, sin regalo. Normal. Él nunca me ha dado ningún regalo. A nadie. Y por el teléfono le dijo a la secretaria: “Desde ahora voy a vivir en el palacete de mi hija Berta”. A mi mamá le pareció la peor idea del mundo, pero él ya estaba en la casa y no tenía más remedio que aguantárselo… El cuarto del pasillo, donde él duerme, tiene las cortinas y la puerta cerradas. Es raro, siempre se encierra. Se levanta tarde, desayuna muy tarde y viene a almorzar a las cuatro cuando tomamos el algo. Por la noche no come sino que se toma un vaso grande con whisky para dormir. Nada le gusta. Cuando le pidió las llaves a mi papá, para poder llegar más tarde, él le dijo que no, que esta casa no es un hotel. Gruñe como un perro, mastica y escupe. El huevo tiene que ser, “ni muy duro ni muy blandito”. El café “con dos cucharaditas y media de azúcar”. La carne, “tres cuartos”. Y nada que sea picado porque dice; “que se lo coma el que lo masticó”. Cuando se baña se demora mucho poniéndose colonias o cosas raras y sale oliendo “como un Dandy”, eso dice mi mamá y él se va para la calle con su vestido negro, la camisa blanca, el pañuelo rojo y las gafas oscuras. Afuera lo espera Torres, el chofer. El carro es muy bonito; un Mustang plateado con las sillas rojas, muy rojas… y su chofer, claro. A mí me gustaría que me llevara a dar una vuelta o al colegio o que me hubiera llevado a mi Primera Comunión, pero nunca lleva a nadie. Mi mamá dice que se cree un Play-Boy. Hace días la cocinera le preguntó, cuando estábamos viendo a Esmeralda, que si todavía le gustaban las mujeres y él le dijo que hasta después de muerto le iban a gustar. Ella se fue corriendo, muerta de la risa, para la cocina… Y camina despacio. Un paso, respira, otro paso, descansa, respira, y así, sin mirar a nadie… bueno, a casi nadie porque el otro día mi prima, la mayor, la de las minifaldas, se lo encontró en el centro y en vez de saludarla, le silbó. “Muy perro”, dijeron las tías. “Pincher miniatura”, dijo mi mamá…
—¡Quietosss!— Yo creo que Tatín es medio vampiro porque le encanta la oscuridad. Su cuarto, el de verdad, donde Nena, la hermana de él, está forrado en madera oscura y los vidrios son de color vino tinto. No se ve la calle, ni nada. El baño es verde oscuro, muy oscuro, y la lámpara casi no alumbra. La cama es de enfermo, de hospital. Con escalerita y manivela. Como sufre de asma, se asfixia, tiene un aparato enorme, con máscara, que produce una neblina que burbujea llena de oxígeno. Se lo trajeron de Estados Unidos. También tiene un espejo de tres lunas donde se pinta el pelo con un pegote negro que se llama Kabul. Mi mamá dice que es muy vanidoso. Que se cree Onassis… Yo no sé, pero en la mesa de noche hay una jarra y un vaso de plata donde pone la caja de dientes a flotar… ¡Gas!
—¡Ya empezó! ¡Ya empezó!
Todos miramos la pantalla del televisor… hablan y hablan y no pasa nada. Polvo gris… y gris… y gris… y nosotros callados, aguantando la respiración, esperando a que un astronauta salga, haga algo, pero está como bobo y en la televisión dicen que es un momento muy importante, que el planeta está en vilo. Muestran a los de Estados Unidos que también están mirando la televisión de ellos y nosotros estatuas, esperando, porque parece que un astronauta se va a mover… Todo pasa tan ultrarecontrarequetedespacio que mi hermano no se aguanta y empieza a miquear. Tatín le grita ¡Mocoso! Entonces, en la televisión, hablan con la nariz tapada, diciendo cosas en inglés, y mi hermano se tapa la nariz y los remeda y da saltos y Tatín se levanta y lo agarra del pelo y mi mamá le dice que lo suelte, que esta casa no es su casa y mi papá le sube el volumen al televisor y mi hermana se va para el cuarto y avienta la puerta y Tatín le dice a mi mamá que lo respete y ella le dice que en su casa habla como le da la gana y él le grita que así no se le habla a un padre, y ella le grita que él solo ha sido un padre biológico y se callan y yo me levanto y lo piso y le pego una patada en la espinilla y le digo que como no me dio ningún regalo de Primera Comunión se va a ir para el infierno.
En la televisión dicen: “Este ha sido un pequeño paso para un hombre, pero es un salto gigante para la humanidad” …y a mi abuelo biológico le ruedan gotas de Kabul por las patillas.
Para los que vivimos en la luna.
Una historia del pasado condimentada con anécdotas que sucedieron esa tarde o noche en tu país. Personas y personajes que viven en tu cuento…
Algunos dicen que el hombre nunca llegó a la luna, quizás sea cuento…
Besos
Carlos
La vida es cuento y a veces debo condimentarla para que pueda ser contada. Gracias Carlos y un abrazo.
Interesante el cuento, la mirada de quien narra al personaje y su egocentrismo. Todo condimentado cuando el hombre llegó a la luna , poco después de la fiesta religiosa. Siempre agradable leerte querida amiga… un beso
La mirada de una niña que ahora piensa en voz alta. Gracias por tu lectura y un abrazo!
cada vez te interesan más los personajes, los caracteres, y con ellos exploras otros niveles de la
narración. Incluso los cuentos se alargan, piden más espacio. Me recordó el de Maravilla, un magnífico relato,
como éste con ese abuelo tan difícil y vanidoso.
Pobrecita la nieta, pero ahora ella cobra venganza.
abrazos.
elkin
Si miro hacia atrás yo no recuerdo ningún momento en la historia de la humanidad, de la mía propia. Hurgo en el interior de mi memoria y sólo encuentro habitaciones vacías. Palpita en mis ensoñaciones esas voces gangosas y ese «algo importante de cojones» esta pasando pero lo atisbo así como desde la puerta, sin terminar de entrar en el salón familiar. Mi pasado, como aquella luna conquistada es absolutamente inconcreto y disperso, difuminado y apenas se atiene a las imágenes de súper-8 que mi padre filmaba. En ellas un niño de unos 6 años, de denso pelo negro, rictus sonriente inflados papos sonrosados y pantalones cortos, intenta salir en las películas interponiendose en el foco de la cámara cuando lo que quiere es sacar a su hermanita de algo más de dos años. Término recibiendo un bofetón, naturalmente y en las siguientes secuencias ya salgo llorando y algo humillado. Salgo gracias a que mi hermana intenta consolarme y la cámara la sigue hasta que se abraza a mi.
Luego muchos reyes y cumpleaños y vacaciones con mi abuela Ramona y la tía Teresa en Santoña. Recuerdo alguna cosa como subir a un monte sólo, acuciado por la hora a la que había quedado con mi abuela para que saliese al balcón y mirase a ver si veía las señales que yo haría desde la cima con una toalla roja o aquella otra en la que después de horas pedaleando en una bici BH las piernas me temblaban mientras trepaba entre rocas del acantilado para pasar de una playa a otra antes de que se cerrase con la marea.
Quizás el recuerdo más nítido es de algún tiempo después explorando el cuerpo de una niña francesa (Magalí me acuerdo que se llamaba…), todavía yo también con pantalones cortos, tan de noche sobre la arena de la playa junto a la cantera abandonada. Ojalá en mi registro habitasen sensaciones tan intensas como las que ahora mismo siendo recordándola.
Cuando mi padre me paso el CD «Tal como éramos» Volumen 1, con las películas digitalizadas y yo las veía con Lucía jugando a mis pies, se me puso una congoja de la hostia. En la garganta se me atoró un saco de cemento que era incapaz de tragar. No he vuelto a mirarlas ni he visto después la segunda entrega, el volumen 2.
Estaba todo oscuro y la poca luz que a ratos iluminaba era gris nieve-TV. No se quienes estábamos. Supongo que nos acompañaría algún vecino pues las televisiones no eran aún muy populares. No en nuestro barrio. Luego he visto cientos de veces aquellas imágenes, pero no recuerdo nada. Por el contrario nunca jamás supe nada de Magalí, pero a ella la recuerdo perfectamente. Como sí estuviese aquí. A mi lado.
Un beso Ana. Siento tantos retrasos.
Josélu, no creas que yo recuerdo mucho. Escribo y trato de darle otra dimensión a mis recuerdos que son tan vagos… tu, ahora, los has escrito con honestidad… y me han emocionado esas imágenes, no solo porque te veo en ellas, sino también porque siento cómo la infancia, recordada o no, es el comienzo. Y ese niño trepando la montaña para cumplirle a la abuela, para no defraudarla y llegar a tiempo y agitar ese trapo rojo de conquistador, es una belleza. Ahora que me pides disculpas por tus retrasos, me siento como tu abuela mirándote agitar ese trapo rojo que siempre me emociona tanto.
Y cuando estés cansado corriendo para que la marea no te cierre la playa y que no das a basto con tantos trapos, tantas montañas… descansa, que la abuela te espera.
Un beso.
¡Excelente, Ana! ¡Muy pero muy pero muy buen relato!!!!! Rebosa de vida, es ágil, fresco, rápido, con un humor sabroso, inteligente y divertido (que hay humores sosos, tontos y tristes), muy difícil de lograr si no se tiene la pluma que vos tenés. Allí, en tu relato, tantos elementos que me llaman la atención, pero por encima de todos, el elemento hombre (como especie y como sexo), tan pagado de sí mismo -ya sea en el alboroto del Kabul o en el disimulo del «pequeño paso»- y de resultas tan minúsculo, tan poca cosa en medio de los acontecimientos humanos… Así somos, Ana, así vamos, despintándonos en cada desacomodo, con la mínima alteración del inconsciente… ¡¡¡Mirá pues: terminé pseudopsicológica!!! ¿Será hambre, doctor…? Un abrazo.
Graacias, eres muy generosa!!! yo me divertí escribiéndolo. Y me encanta eso de «despintándonos» no lo había notado. Un abrazo!